Gomitas

Alexandra Swain
3 min readJun 1, 2022

El estrépito de la caja de herramientas contra el suelo saca a Karla de sus pensamientos. Se da la vuelta pausada, dándole la espalda a la ventana y metiendo las manos a los bolsillos del pantalón de buzo que lleva usando una semana seguida.

– No te escuché llegar. — Le dice a Julián, quien tiene un corte de pelo nuevo y la barba afeitada. Se arremanga la camisa y empieza a sacar las herramientas.

Karla lo mira trabajar, mira esos dedos hábiles que solían recorrer su cuerpo con destreza, pero que ahora solo desarman muebles. Cada tabla es separada por tamaño, cada tornillo en un frasco diferente. Ella intenta ayudarlo, pero sus uñas mordidas entorpecen la tarea.

Dándose por vencida, Karla se levanta y acerca a la cómoda al lado de la ventana. Con dedos temblorosos amarra su pelo grasiento en un tomate desordenado, efectivamente librando su vista nublada por lágrimas.

De cada cajón saca ropa diminuta y las mete en las cajas dispuesta a sus pies. Calcetines del porte de su pulgar con la etiqueta puesta, enteritos de brillantes botones, y suaves gorros con los dobleces marcados a presión. Todo se guarda para donar.

A sus espaldas Julián pelea silenciosamente con el mueble, maldiciendo el momento que dejaron que se acumulara tanto polvo entre estornudos. Rodeado de madera y peluches, fortaleza y ternura en una sola persona, continúa su trabajo al compás de la brisa estival que hace bailar las cortinas.

Karla se detiene con un chaleco en sus manos. Su madre lo tejió para combinar con uno que le había regalado en Navidad, así tendrían unas lindas fotos le dijo. Cerrando los ojos posa sus manos en su vientre hinchado y suave, ningún esbozo de la firmeza que lo pobló durante seis meses. Con cuidado dobla el chaleco y lo mete en su cartera.

Con los cajones ya vacíos Karla se agacha a cerrar las cajas, pero a último minuto decide dejarlas abiertas para poder seguir mirando con ojos vacíos estas diminutas prendas sin sentido. Puños en los que con suerte caben 3 de sus dedos, cierres que le cuesta cerrar con sus dedos sin uñas, e imposiblemente suaves.

Suspirando abre el último cajón de la cómoda, aquel destinado para ella. Todavía quedan paquetes de gomitas ácidas y duras, una tenue capa de azúcar cubre el fondo haciendo las bolsas deslizarse y golpearse con sonidos huecos contra los lados. Karla se castiga rajando la bolsa que está enganchada entre la base del cajón y la esquina del fondo, el tajo que permitió que todo el azúcar cubriera el fondo un recuerdo olvidado. Parsimoniosamente mastica cada una de las gomitas, una por cada mes, luego una por cada semana después.

– Karla, me voy ya, me voy a juntar con el Cristian a comer. — Julián se desempolva las manos contra los pantalones, dejando rastros grises en la mezclilla. Rastros que se ven iguales a los rasguños que dejó ella en su cara el día que la Emilia llegó y se fue.

– Dale, yo cierro después. — Karla no despega los ojos de esas marcas sobre sus fuertes muslos, muslos que solían envolverla y mantenerla quieta en los momentos de climax más intenso.

Julián da un ligero golpe al marco de la puerta a modo de despedida, justo al lado del hoyo en la pared que quedó luego del golpe que le dio. En el suelo todavía están los trozos de vidrio del marco que tenía la primera ecografía de la Emilia.

Trozos de vidrio que Karla toma suavemente en sus manos y contempla.

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Alexandra Swain

Chilean writer based in Brighton // Escritora chilena en Brighton