En la Cartera

Alexandra Swain
3 min readJun 1, 2022

Ha pasado más de un año, pero el lamento de la puerta al abrirla es el mismo que la última vez que estuvimos aquí para Navidad. En el sol de la tarde el polvo baila como si nada más triste que un tacón roto hubiese ocurrido aquí, pero el océano en la distancia es el eco de mis pensamientos.

La puerta se traba al abrirse, un fajo de cuentas y cartas antiguas actúan como un tope, el mismo tope que siento en mi garganta al agacharme a recogerlas. Reconozco mi letra en la última tarjeta de Navidad que te envié y no alcanzaste a recibir. Con dedos firmes abro el sobre para ver qué fue lo que escribí. Un mensaje genérico, escrito entre reuniones un par de días antes de que nos viéramos la última vez.

Tal vez fue mejor que no la hayas alcanzado a leer.

Ya ha pasado suficiente tiempo. La ropa fue embalada y donada, lo primero en irse. Tu olor era un recuerdo demasiado vívido esos primeros meses como para quedarse aquí. Pero al final no es el olor lo que más duele, son todos los recuerdos impregnados en lo que queda.

Las comidas en familia que culminaban con esa torta de jengibre que siempre nos preparabas, en una lata que ahora está en mi cocina. Las tardes contando historias en el sillón en el balcón, que ahora vive en la casa de mis primos. Esos abrazos apretados, que ahora lo más cercano que tengo es el aire enrarecido que aprieta mis pulmones.

En momentos como estos las historias cobran vida. Cada cachivache es más que eso, es una historia, tan importante como el pincel del artista o el bisturí de un doctor. Un implemento fundamental para la vida. Los cubiertos de cuando uno se arreglaba para viajar en avión, los recortes del diario de su matrimonio, la taza de donde tomamos cuando te conté que había conseguido ese trabajo que tanto quería.

No sabemos qué vamos a hacer con todo esto. ¿Cómo embalas toda una vida en una caja? Una caja es una burla, no es nada más que un árbol muerto haciendo espacio para las pertenencias de alguien muerto. Una vulgar burla.

Tu estudio es lo último que embalaremos. Esas torres tambaleantes de tornillos y cajitas, lápices y pinceles. Con cuidado tomaremos cada una de las herramientas y las repatriaremos, para que cada uno tenga un recuerdo. Pero no sé si podré hacerlo, no sé si podré tener algo tuyo en mi departamento sin pensar en lo poco que hablamos, en lo poco que nos vimos ese último año…

Me siento en el suelo entre el polvo danzante y me dejo sentir. Dejo las lágrimas caer y lloro como no lo he hecho desde el funeral. Pero esta vez lo hago pensando en los buenos recuerdos, las tardes de juegos e historias que compartimos, no en el vacío que quedó después de que te fueras. El visillo de las ventanas se une al baile del polvo, despejando el aire y robándose el último vestigio de tu olor. Tras las lágrimas que se aferran a mis pestañas puedo ver como entre tanto dolor y pena sigue habiendo algo hermoso. El arcoíris que destella del florero donde pusiste los girasoles que te traje para tu cumpleaños, o el azul zafiro de la frazada sobre el sofá donde nos sentábamos a leer.

Pero ya es hora. Ya no puedo seguir alargando el tiempo. Mañana vendrá el camión a llevarse los últimos muebles, y todo lo que quede se lo llevarán los nuevos arrendatarios. Como un suspiro me deslizo a tu taller, examinando todo el ecosistema balanceado sobre el escritorio. Tarros de alfileres y frascos de clavos mantienen todo a flote, pero un sollozo muy fuerte y todo caerá. Tal como lo hicimos nosotros cuando nos enteramos.

Pero poco a poco nos levantamos. Nos juntamos como pudimos y pusimos cada cosa donde correspondía. Cada despedida, cada lágrima, cada abrazo en su caja. Cada almuerzo sin ti, cada cumpleaños sin tu llamado embalado junto a tus herramientas y pinceles.

Con los brazos pesados de recuerdos y el alma liviana cierro la puerta, llevándome los últimos pedazos de ti en la cartera.

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Alexandra Swain

Chilean writer based in Brighton // Escritora chilena en Brighton